Miguel Molina Díaz: Desnuda oscuridad | Columnistas | Opinión | El Universo

2022-10-26 10:46:01 By : Mr. Tony Yin

Toda ciudad es un mundo. Un conjunto de todo lo que existe. Un cúmulo de voces. Millones de actos deleitables o atroces, diría Borges, en un mismo punto, sin superposición y sin transparencia. El registro de un eco que se apagó violentamente. El trayecto iniciático de varias vidas, algunas destrozadas, otras que han sobrevivido a duras penas. Toda ciudad es una realidad de carne y hueso, un suspiro que se disipa en el aire, una entelequia en la que se funden los secretos con las leyendas. Óscar Vela Descalzo (Quito, 1968) sabe que toda ciudad es un caleidoscopio en el que una multiplicidad de historias, contadas una y otra vez, forman una visión del cosmos. No siempre la capital ecuatoriana ha sido el escenario de sus novelas o cuentos, pero es indudable que la obra de Óscar Vela ha acentuado el destino de San Francisco de Quito como una ciudad que es, sin remedio, una literatura.

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La primera edición de Desnuda oscuridad, su cuarta novela, apareció en 2011, después de El toro de la oración (2002), La dimensión de las sombras (2004) e Irene, las voces obscenas del desvarío (2006). Este 2022, once años después, sale a la luz una reedición de esta medular novela. No sé si Óscar Vela imaginaba que iba a constituir un antes y un después en el trayecto de su obra, en el sentido de confirmar la autonomía de su estilo, el afianzamiento de su técnica novelística y la formación de una poética caracterizada por la absoluta ausencia de temor para indagar en la oscuridad; de abrir los ojos, como diría Roberto Bolaño, ante aquello que es difícil de nombrar y soportar. En este libro aparece, con la fuerza de una ontología, el Quito de Óscar Vela, que encarna el legado barroco de los siglos anteriores, pero que también se inscribe en una América Latina convulsa, en la que el crimen organizado y la violencia conciben nuevas formas de manifestarse, de desestabilizar los cimientos de las sociedades y los Estados.

Una característica interesante en el quehacer literario de Óscar Vela es que no busca lo abyecto solo en los márgenes de las ciudades, sino también y fundamentalmente en sus élites, a las que desnuda en sus contradicciones morales, sus vicios, sus delitos, sus dogmas y la vulgar exuberancia que encubre sus secretos. Y es que esos secretos son parte, no sin dolor, de la historia nacional, signada por la impunidad de quienes tienen poder. Y ese es Quito: las iglesias y las cárceles, la pobreza ética y espiritual de su burguesía, el deseo de los explotados de llegar a ser explotadores, la acumulación de unos y la precariedad de otros, el pan de oro en sus conventos y los fríos tubos de metal de sus night clubs. El clásico quiteño abusador, dispuesto a cometer delitos con la estampita de la Virgen Dolorosa en la billetera.

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Desnuda oscuridad es una novela acerca de los márgenes del mundo. No solo los callejones y cámaras subterráneas por los que se desplaza una secta de indigentes, sino también aquellas fronteras en las que resisten las identidades en crisis, en donde una sexualidad traumática da cuenta de la casi imposible tarea de reconstruir cualquier vida tras sufrir formas brutales de violencia. Y en esta novela se presenta, con toda claridad, el mito quiteño de la heterosexualidad como lo que es, un tabú, una estrategia contra el qué dirán, una fobia que oculta culpas tradicionales y prejuicios de una sociedad no precisamente caracterizada por su cosmopolitismo o empatía, sino por ser presa fácil de los fanatismos. Quito es un convento, como pensaba Bolívar, pero uno en el que se armó un zafarrancho del cual nadie quiere hablar al día siguiente. Quito es un pacto de silencio. Un lenguaje cifrado. Una confesión de madrugada, en medio del alcohol, las drogas y el desenfreno. Y sin importar la clase social, o las dolorosas experiencias de la infancia, Quito es una reafirmación —usando un concepto de Paul B. Preciado— de que no hay sexualidad sin sombra.

Óscar Vela, que además de abogado y escritor es un lector consumado, alude a la idea del incesto, pienso, como metáfora de esa desnuda oscuridad que atraviesa a sus personajes y, al hacerlo, se inscribe en una tradición: la latinoamericana, en la que el realismo mágico ha decantado en una violenta distopía política, trazada por la narcoviolencia y la descomposición de los sistemas democráticos del continente. Desde la época en que esta novela se escribió, un nuevo poder ha ascendido en la región: el del crimen organizado. Los hijos de Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia, que nacieron con cola de cerdo, ya no buscan hacer la revolución, sino que libran en distintos frentes una guerra contemporánea por el control del dinero ilícito o su infructuoso combate, ya sea en el mercado de la droga, de la trata de personas, del fanatismo religioso o ideológico, es decir, en la antigua vocación del ser humano de destruirse los unos a los otros. Desnuda oscuridad es un mundo tan complejo y convulso como la humanidad y sus metáforas. (O)

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